Un verano en su invierno

   Ahora que, por fin, ha terminado el verano justo al final del otoño, con la misma brusquedad, he sentido la necesidad de acabar la reseña literaria de Moby Dick en las Canteras Beach, de Rosario Valcárcel (Anroart Ediciones 2012) empezada hace unos meses tras su lectura.

El tiempo desapacible, la aparición de algunas ráfagas de aire frío, convierten el exterior en inhóspito y no te obligan, pero te aconsejan quedarte dentro del caparazón, no salir. Acurrucados, cuando no nos acordamos ya del calor agobiante sufrido, surge la nostalgia de lo bello y bueno que nos propició el tiempo ido: las siluetas en las puestas de sol, las risas de los vasos y platos, los horizontes claros trazados en la arena, los paraísos y aventuras contenidos en nuestras lecturas estivales.

Así me vino el recuerdo de este viaje entrañable, y reciente, al invierno de mil novecientos cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cuando una expedición de la industria cinematográfica desembarcó en Gran Canaria para rodar Moby Dick.

Entre fotografías, cual hojas caedizas esparcidas entre las del libro, reforzando sin embargo la  sólida estructura de los capítulos,  y el rigor documental de lo narrado, propio de la mejor versión de la novela histórica, nos deslizamos imparables hacia el verdadero tema de esta obra, el paso de las estaciones, apartándose  de dicho género en unos pocos aspectos, muy importantes:

En la primera se insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos para enaltecerlos; en esta, con la estrategia galdosiana de los Episodios Nacionales, pero en sentido contrario, la escritora nos lleva del suceso puntual a lo ordinario para recordar y repensar la vida de un personaje común, de su lugar y su tiempo.

Por otro lado, sustituye los grandes hechos históricos, como el Motín de Aranjuez o el Levantamiento del dos de mayo, por ejemplo, por la anécdota  sin apenas mayor valor que el de la noticia, el rodaje de un película en las aguas de Gran Canaria a cuyas orillas, gracias o a pesar suyas, según la  distancia desde las que se miren, subsisten los isleños; la corta:
La monotonía se rompió…y empezamos a amar la vida…y cada pequeño incidente se tornaba en una novelería, en un milagro…Ya se sabe, eran épocas…de reparto de ropa a los niños pobres. Los ruidos, el bullicio y la alegría eran acontecimientos escasos. Brillaban por su ausencia.
la larga:
Por eso mientras paseo por la Avenida de Las Canteras acaricio el recuerdo de El Confital, el sentimiento de mi playa. Repaso los nombres de mis rocas, observo las olas y escucho sus voces nerviosas, como siguen rompiendo sus espumas en las peñas, así que cierro los ojos y me llegan palabras, ecos…

Y no es un desacierto tal elección, ni minusvalora la importancia de la obra. Antes bien nos sitúa en nuestro auténtico modo de ser y de nuestro devenir, donde parecen haber transcurrido muchísimos años, siglos, sin que haya pasado algo relevante, tal y  como refleja muy bien Carmen Laforet en su novela Nada,  la cual, no accidentalmente, se menciona en el texto en ese pasaje mágico, realmente brillante,  cuando María  Teresa deambula hundida por los acontecimientos entre sábanas, manteles, relojes y radios de las tiendas de hindúes y decide repentinamente comprarla:
Pronto la realidad me defraudó…fue peor que llorar… (pág. 114)
Después crucé la calle y entré en una librería. Compré para mi novio un libro, se titulaba “Nada”…Hundida por los acontecimientos… (pág. 116)

Una narradora en primera persona pero más omnipresente de lo que le correspondiera, gracias a que la autora la hace partícipe de todos los acontecimientos contados,
Ninguna fiesta resultaba completa, por aquellos días, sin la presencia de Greg…Era agotador…Nosotros pasamos unas noches estupendas en su compañía…pág. 185/186
así cómo como puesta al día en diálogos, anécdotas y datos sobre la película que difícilmente se podrían conocer sí no se hubiera formado parte del equipo de rodaje, en virtud de una trama a base de circunstancias domésticas,
A las peleas no solían ir las chicas, sólo las mayores, por eso yo no había entrado en un lugar como ese. Además por suerte para papá este deporté no era santo de su devoción, pero ese día me llevó para que yo pudiera ver una vez más a Greg. (página 186)
… El día en que Huston y Greg acudieron al Estadio Insular a un partido de fútbol entre…el lleno fue total…Yo fui con José Antonio que siempre fue un gran aficionado. (pág. 193)
y de saltos de aquel momento a otros posteriores, para recoger el testimonio de alguien que sí lo fue y estuvo,
Contaba el conocido boxeador «Carreta» que el equipo técnico le encargó A dos amigos suyos…la compra del «engodo» que servía para atraer a las palmípedas a la zona donde se iba a grabar…(pág. 165)
Se decía que con ellos había llegado la surte, porque compraban una carne de calidad, tal como le habían ordenado, (comida que da un lujo para la época) y con es picaresca tan española, la repartieron a manos llenas entre los amigos y conocidos. (pág. 171)
aportadores de una notable agilidad al relato, y un lenguaje popular (no cotidiano, pues expresiones como
 Las muy cucas con las cabezas ocultas bajo la superficie del agua (pág.120)
—Mi niño, ¿qué haces? Estate quieto. No hagas payasadas. (pág. 127)
No se cuanto tiempo estuve llorando. Lloré un montón. (pág. 204)
han sido sustituidas por otras en el habla isleña actual) enraizado en esa manifestación cultural de gran relevancia del segundo tercio del siglo veinte en Las Palmas de Gran Canaria, de la que forma parte la canción popular canaria, la propia Escuela Luján Pérez de  pintura y figuras relevantes como Néstor Álamo y Pancho Guerra,  con la cual sintoniza la propia expresión del título «Las Canteras Beach» hermana de aquella otra «Santa Catalina Park», señas de identidad  ambas de nuestro talante abierto y cosmopolita, cuyo origen humilde no estaba en absoluto reñido con la corrección de su uso, sino sostenido en su inigualable imaginación y desparpajo libre de prejuicios,
…y ellos descubrían nuestra cultura y las mujeres bonitas. (pág. 186)
-Estoy feliz de estar en Canarias, en esta tierra de mujeres guapas… «Somos costeros, arriando velas, largando al viento la rumantela.» (pág. 19)
va fijando la verdadera naturaleza de los mitos y su aureola extraordinaria, Hollywood en este caso, no otra cosa sino lo conocido y cercano, la construcción de la ballena en El Puerto de La Luz por personas corrientes como Juan Socorro, el tornero mecánico de la Casa Miller (eso sí, vigiladas por un ingeniero foráneo),  la carnada para atraer a las gaviotas preparada por  los marineros de La Isleta, los propios escenarios del rodaje, Las Canteras, El Confital, etc.

Evidencia, a la vez, la efímera valía de los ídolos. Grégory Peck quien, desde el primer capítulo, aparece como la figura deslumbrante a la que todo sus seguidores buscan y persiguen por la ciudad deseando encontrárselo, a los ojos de María Teresa, la narradora, acaba siendo un actor con una sonrisa de cine y el brillo de los rostros triunfadores, pero más viejo y más delgado, y el causante de una gran angustia y su lloro, mientras crece inversamente proporcional la figura del novio José Antonio, y de la propia María Teresa,
El alma humana solo se conoce cuando se enfrenta a la adversidad. Me di cuenta que nadie en el mundo era capaz de entenderme tan intensamente como él. Me sentí muy sola, nunca me había sentido tan sola.
señales de una madurez incipiente.

Y esto no es otra cosa sino el tránsito de la primavera al verano, aunque la acción se desarrolle en un invierno nuestro cualquiera.

La prueba definitiva de que este libro trata del correr de las estaciones es el contenido del  último capítulo, «La ballena y San Borondón», un final a modo de reflexión fuera ya de la acción principal, en el que se concluye:
...me viene la memoria de mi infancia, me viene a la memoria José Antonio… Y me imagino con él, los dos solos en mi playa caminando cogidos de las manos… Me aferro al sonido del viento, de las corrientes y las mareas del Pino. A aquellos años en que era una niña…

Sí, están también los personajes de la novela de Melville, y la ballena de madera que acaba cobrando vida propia para mostrarnos una muerte agónica y cruel, sustento de un alegato ecologista presente desde el primer capítulo, muestra de las múltiples miradas soportadas por la obra y ejemplo de esas historias sólo imaginables en Canarias, como afirma la narradora acerca de la celebérrima leyenda de San Borondón,
una historia así solo es posible en Canarias. (pág. 206)
pero, sobre todo, Moby Dick en las Canteras Beach es una canción del verano de las que ya no hay y pinchamos de vez en cuando en el pickup para recordar, en nuestro íntimo otoño.

Quizá una de las pocas posibilidades de realizar ese deseo común de «elegir los sueños», como  reza en el nombre de uno de los capítulos, sea cuando escogemos nuestras lecturas. Yo me decidí por Moby Dick en Las Canteras Beach para la primera del estío, enganchado por su título atractivo y la promesa de cierta ligereza, finalmente amenidad, y les recomiendo a ustedes pongan a esta Moby Dick en el invierno próximo.

Aquiles García Brito, Las Palmas de Gran Canaria, a 17/diciembre/2012 

   1206171821447.logo2-72Reservados todos los derechos

4 pensamientos en “Un verano en su invierno

  1. Buen análisis de un libro sugerente: Moby Dick en Las Canteras Beach. Aquiles nos demuestra aquí su faceta de crítico y observador de la vida literaria.

  2. Mi querido Aquiles:
    Gracias, gracias por leer un libro que no solo tiene el esfuerzo de cualquier creación literaria sino el cariño inmenso que la autora le tiene a todos los charcos y a todas las esquinas de su isla, de su playa de Las Canteras.
    Gracias por tu reflexión sobre mi novela, un trabajo que se nota que está hecho también con amor, con lentitud como los buenos guisos, y con una prosa que yo podría clasificar de casi lírica.
    Siempre…

  3. Admirable, tan notable es el aprecio por esta maravillosa playa que yo comparto, como el mío por ese pulmón madrileño que se llama Retiro. Allí rompí mis primeros juguetes, arañé mis rodillas y codos e hice correr a mi aro con velocidad de vértigo, mientras los castaños me sonreían.
    Con mi admiración…

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